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PorCésar Hildebrandt
Retoño de patriarca
El presidente brasileño Luis Ignacio Lula da Silva ha dicho que la reelección ad infinítum de Hugo Chávez es algo legal y soberano: un asunto, en suma, de venezolanos.
Sí, claro, es un asunto de venezolanos. Pero venezolanos son también los que no quieren a Hugo Chávez y a éstos se les reduce cada día más el espacio para respirar, organizarse y ejercer el derecho de cualquier oposición.
A mí me resulta grotesco leer que Chávez es socialista. ¿Qué socialismo es ese, untado en petróleo regalón, que crea adictos al subsidio y fans con polos rojos en vez de adeptos? ¿Hasta dónde tiene que llegar el culto a la personalidad para que los sectores progresistas de América Latina digan basta? ¿Qué socialismo del siglo XXI es este que quiere socializarlo todo excepto el poder, cada día más concentrado en la humanidad de Hugo Chávez?
Se puede ganar elecciones convirtiendo la Presidencia en un club de madres y dándole a millones de venezolanos 160 dólares por mes como una dádiva personal –dinero sacado del precio del crudo, hoy próximo a los cien dólares por barril–. Se puede ganar elecciones intimidando a gobernadores desafectos –quedan ya sólo dos– y ordenando el despido de los sindicalistas de PDVSA que firmaron los planillones de firmas para el reciente referéndum (más de tres millones de firmas). Pero eso lo hacían también las satrapías africanas, el señor Trujillo –cuyo mejor retrato no está en “La fiesta del Chivo” sino en “Galíndez” de Manuel Vásquez Montalbán– y, sobre todo, el señor Porfirio Díaz en el México petrificado de comienzos del siglo XX (que contra la reelección permanente, precisamente, México se sumergió en la guerra civil).
Ganar elecciones desde el poder abusivo no es socialismo. Socialismo es construir justicia social dentro de un régimen lo más impersonal que sea posible. Salvador Allende fue socialista. Allende murió como un héroe sin parecerse jamás a sus enemigos, que de eso se trata la lucha política al fin y al cabo. Chávez se yergue sobre la fosa común de adecos y copeianos pero usa los mismos métodos de los Pérez y los Caldera –sólo que con más éxito y muy pocos escrúpulos–.
No todo lo que está en contra de los Estados Unidos tiene que ser maravilloso. Los talibanes, por ejemplo. Los B-52 humanos de Al Qaeda, por citar otro. Los jemeres rojos, para abundar. El coronel Gadafi, para aburrir.
Bush es un terrorista global y Estados Unidos un país secuestrado por una mafia de Las Vegas, con Cheeney a la cabeza y la señorita Rice haciendo maromas en el tubo. Pero eso no quiere decir que los venezolanos deban tolerar el patriarcado vitalicio de un caudillo que se cree Bolívar. Y si las izquierdas se callan en idioma original y varias traducciones es porque, como casi siempre, son movimientos de la negación y no de la afirmación, de la contra y no del pro, del anti puro y duro resignado a carecer de cualquier asomo de utopía. Y como a caballo regalado no se le mira el diente y, además, el animal que ha traído el destino viene con alforjas llenas, pues, entonces, a hacer hurras por Chávez –a ver, entre otras cosas, si caen unos cuantos bolívares de las sobras–.
No hay democracia posible sin una clase media mayoritaria. Chávez, según las propias cifras oficiales, ha empujado al aumento de la pobreza y la extrema pobreza: menos clase media que combatir. Esos dos millones de nuevos pobres, producto del cierre de 7,000 empresas y la fuga de capitales, han sido, de inmediato, clientelizados por el chavismo. Y el chavismo los ha fidelizado, en el sentido marquetero del término, llenándolos de caridad gubernativa.
A mí el señor Bush me produce arcadas. Y su servidumbre latinoamericana es de circo de tres pistas. Pero de allí a tragarme el sapo del Chávez profeta y del Chávez anfictiónico, hay una zancada más larga que los guiones de “Aló presidente”.
Chávez, además, no sabe quién fue Bolívar y profana su memoria declarándose heredero de tamaño personaje. Bolívar fue el hombre que, después de las hazañas de Junín y Ayacucho, se dirigió con estas palabras al Congreso del Perú reunido en pleno el 10 de febrero de 1825: “Legisladores: Hoy es el día del Perú, porque hoy no tiene un dictador… Nada me queda que hacer en esta república… Yo soy un extranjero: he venido a auxiliar como guerrero y no a mandar como político…”
Y Bolívar fue el que casi a gritos dijo, en 1814, ante la asamblea popular de Caracas reunida en la iglesia de San Francisco: “Huid del país donde uno solo ejerza todos los poderes: es un país de esclavos. Vosotros me tituláis libertador de la república; yo nunca seré el opresor… Confieso que ansío impacientemente por el momento de renunciar á la autoridad. Entonces espero que me eximiréis de todo, excepto de combatir por vosotros…”
¿Cómo puede un personaje así haberse reencarnado en Hugo Chávez? ¿Qué puede vincular al Bolívar de Montesquieu con el Chávez de Fidel Castro?
El socialismo raptado por la vulgaridad y el crimen se llama estalinismo. Y Chávez marcha raudo hacia la ruta que la estupidez norteamericana demandó a Castro que tomara. Sólo que ahora no hay campo socialista. Y habría que refundarlo todo otra vez.
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